EVA SANTAMARÍA | MADRID
14/07/2024 05:18
¿Qué implicaciones políticas, culturales y humanas ha tenido desde principios de 2023 el hecho de que una aragonesa, o ciudadana del mundo más bien, promueva la esencia de la identidad balear, catalana desde un enfoque local y universal? ¿Puede una mente creativa y creadora en pleno siglo XXI catalizar un cambio de paradigma en el ecosistema cultural, turístico y económico desde una propuesta nacida de la belleza, del respeto al territorio y de la celebración de la diversidad lingüística y cultural entre otros enfoques y matices? ¿Hasta qué punto estamos preparados para escuchar, sin prejuicios, lo que una mirada humanista femenina puede aportar a nuestro presente común?
Estas preguntas son una invitación a romper silencios, a pensar. A detenernos un momento en medio del ruido y preguntarnos qué voces tienen preferencia en el relato que construimos cada día.
Llevo años dedicada a desarrollar una propuesta que nace de la escucha, de la observación, de la investigación, de la vinculación con las comunidades, de la celebración de las lenguas, de la memoria compartida… De la creatividad. Un proyecto independiente, sin respaldo institucional a pesar de solicitarlo de forma continuada y fundamentada, que ha logrado abrir espacios de reflexión y de acción en distintos territorios y que plantea una nueva manera de concebir el vínculo entre cultura y desarrollo local.
Una propuesta que ha generado una resonancia perfectamente demostrable a la que desde ciertos entornos de poder se está respondiendo con distintas formas de apropiación, exclusión o silencio por intereses otros.
¿Cómo repercute en la persona creadora original la apropiación de su propuesta, proyecto, creación, sin participación activa en su desarrollo institucional? Esta pregunta no es menor. Afecta de lleno al núcleo de una cultura democrática, ética y verdaderamente inclusiva. Cuando una propuesta nacida desde la autenticidad, el compromiso con el territorio y la vocación es absorbida por estructuras institucionales sin diálogo ni reconocimiento, lo que se pierde no es solo una autoría: se fractura la confianza, se diluye la potencia transformadora de la idea y se traiciona el espíritu con el que fue concebida.
En lo emocional, supone una forma de silenciamiento que impacta profundamente en quien ha invertido tiempo, saber, sensibilidad y riesgo personal. En lo ético, refleja una práctica que contradice los principios que muchas instituciones dicen defender: participación, colaboración, respeto. En lo profesional, borra trayectorias independientes que, por no encajar en las lógicas tradicionales de poder, se relegan a la sombra incluso cuando son ellas quienes han encendido la luz.
Cuando esto le sucede a una mujer —más aún si es independiente, periférica y sin alianzas políticas—, el daño no es solo individual: es estructural. Porque evidencia que aún hoy resulta incómodo que una mujer proponga, construya y convoque.
Esto no solo afecta a la persona creadora: empobrece al ecosistema cultural, rompe la confianza social y vacía de sentido las políticas públicas de cultura participativa.
Este escrito nace desde ese silencio continuado hacia un proyecto presentado como una oportunidad real de fortalecer un ecosistema cultural más inclusivo, justo y conectado con las realidades locales; desde una nueva gota que sigue colmando el vaso sin pudor alguno y con la intención de erradicar estas prácticas inhumanas. Desde una urgencia ética. Desde la convicción de que es posible –y necesario- abrir espacios nuevos en la conversación pública.
